Debatir y hablar en público

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Lo primero, un saludo muy cordial para quienes leen Consalud, tras un verano en el que he intentado desconectar al máximo de la actualidad y a veces y para sorpresa mía hasta lo he conseguido, aunque era inevitable toparse con alguna pantalla de televisión o la portada de algún periódico con datos del “asunto”, que intentaré al menos en esta primera entrega eludir.

En cambio, le he prestado más atención a las voces de la calle, donde podían oírse conversaciones muy coherentes entre familiares, amigos, conocidos, la ciudadanía a fin de cuentas, compartiendo charla en la cola del supermercado veraniego… sobre múltiples temas. Uno de ellos lo traigo en esta rentrée a colación: la aparente cerrazón española para alcanzar acuerdos, sean de la materia que fuere.

Como bien saben las personas asiduas a mis blogs, procuro eludir en todo momento los temas estrictamente políticos y no voy a hacer una excepción en esta ocasión, básicamente para no patinar en asuntos sobre los que no estoy versado.

En esta nuestra piel de toro siempre se ha dicho que todos llevábamos a un presidente del Gobierno o a un seleccionador nacional dentro, y aunque unas competencias parezcan más altas que otras, es mejor no resbalar con las mondas de plátanos que ambos hallan a su paso.

El termino deliberar es de mi total agrado como parte de ese juego de interacciones

Pero les desafío a encontrar un tema que reúna el quórum necesario… ya no del país, ni de su comunidad, ni de su ciudad, ni siquiera de su calle, me basta su Comunidad de vecinos. Pueden elegir con total libertad el contenido de la discusión, pero ya sea política, religión, economía, deporte, cultura, salud, etc., les costará coincidir y ya no digamos pactar.

Hace una semana hablaba con un familiar que vive en EE.UU que me ponía al corriente de las tradiciones y costumbres de la educación del país que habita y conoce desde hace décadas, y no tenía pensado abandonar salvo que hubiera revalidado el anterior presidente su mandato. Por azares del destino y las urnas, no fue así.

Al sugerir levemente el objetivo de este post me contaba que allí los niños, desde su más tierna infancia, tienen dos asignaturas elementales en su proceso formativo, como son “aprender a hablar en público” y “debatir”.

El termino deliberar es de mi total agrado como parte de ese juego de interacciones, de esa reflexión compartida que implica escuchar argumentos y exponer los razonamientos propios.

Podrían parecer secundarias o prescindibles ambas materias pero cualquier humanista, pedagogo, sociólogo o antropólogo avalarían la importancia de estas para la reafirmación personal y el desarrollo de habilidades comunicativas, y ya no digamos para hablar en público.

Cierto que muchos no lo han hecho ni presuntamente lo harán jamás y por tanto no lo necesitarán, pero sí discutirán con su entorno y a menudo caerán en los clásicos errores que padece este país nuestro y su ciudadanía, lo que luego se paga en los diferentes estamentos que nos importan.

Ya incorporado a mi domicilio habitual sigo en una tertulia radiofónica las opiniones de varios corresponsales haciendo un retrato sobre nuestro país y esta obcecación por querer atravesar el muro de hormigón de manera frontal en vez de sortearlo con el diálogo. Poner en valor lo que nos une y clarificar los términos y objetivos de la deliberación.

Decía un avezado periodista alemán que España era un país en bucle, donde no hay colaboración, ni entendimiento, ni diálogo, ni vías de acuerdo. Quizá porque para alcanzar todos ellos sea necesario un compromiso y una voluntad de concordia firmes, amén de mucho esfuerzo, sacrificio y trabajo para rubricarlos.

Salvo en foros científicos donde prima el rigor y consenso en las mediciones, verificaciones y refutaciones

Partiendo todos de la postura propia conviene invocar puntos de encuentro para desbloquear el atasco y sin embargo por lo general topamos con la obstinación, la pertinacia, la cabezonería del contrario.

Se podría interpretar que ceder es rendirse, someterse, cuando en realidad sería una adaptación elástica a un entorno volátil ¿Se imaginan que dejasen de percibir sus emolumentos quienes nos representan por bloquear el funcionamiento normal de las instituciones?

Quién sabe si no pudiera haber factor genético del “sostenella y no enmendalla”, pero, salvo en foros científicos donde prima el rigor y consenso en las mediciones, verificaciones y refutaciones, no parece que en otros ámbitos dónde está en juego el bienestar de la colectividad sean muy proclives a dar un paso al frente en vez de dar un paso atrás.

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