Nuestra vida es una sucesión indeterminada de actos. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos estamos desarrollando conductas, algunas predeterminadas, otras rutinarias, intencionales, accidentales pero, en general, guiadas hacia un propósito, un destino, un objetivo.
Todas esas actuaciones generan otra sucesión de reacciones, más o menos elaboradas, de aquellos que las reciben, ya sean conocidos, afines, desconocidos, personajes de paso, compañeros de trabajo, visitantes, pacientes o clientes.
"Participar en la terapia supone para el paciente movilizar el perfil emocional y hacer un balance personal de las renuncias necesarias para alcanzar unos fines orientado por los profesionales"
El sentido positivo o negativo de esas reacciones nos dice la repercusión que ha tenido nuestra acción, si ha sido favorable o desfavorable a nuestros objetivos, aunque también debemos valorar que algunas respuestas no sean las deseadas, ni las esperadas, ni las preconcebidas, ni las planeadas, simplemente sean respuestas no elaboradas.
Por la misma razón, también caben esperar las consecuencias de nuestras acciones, puesto que todas ellas son como vectores que se proyectanen el tiempo, cuando no se difuminan en el aire o se confunden con el paisaje.
Entre las reacciones y las consecuencias, sabemos si aquello que hemos puesto en marcha alcanza unas metas o simplemente "se pierde como lágrimas en la lluvia", como le ocurría al replicante de Blade Runner. Ocasionalmente, el único fin de algunas dinámicas es dinamizar, vamos, revolver el escenario.
Esta reflexión a vuela pluma viene a colación de las múltiples visitas que recibimos los profesionales sanitarios en nuestras consultas, donde los pacientes nos inquieren para obtener una respuesta a sus patologías y esperan esa respuesta en forma de explicación y posterior tratamiento para eliminar o, al menos, aliviar su problema. Muchos de los casos se dirimen en consulta o en una sucesión de ellas y otros, los menos, terminan en intervencionismos o en la mesa del quirófano.
Es obvio que nuestras acciones persiguen una reacción participativa por parte del paciente a fín de que éste comprenda su dolencia y el contexto donde se manifiesta, y esté dispuesto a poner en práctica la resolución de su conflicto y de sus dolencias o lesiones.
Participar en la terapia supone para el paciente movilizar el perfil emocional y hacer un balance personal de las renuncias necesarias para alcanzar unos fines orientado por los profesionales.
¿Qué sucede cuando esta concatenación de ideas no se reproduce, cuando al acto no le sucede una reacción del paciente sino una resistencia, hacia o por la aplicación de las terapias? El profesional sanitario, desde luego, debiera detectar esos sesgos para amortiguar las decepciones y acompañar en el duelo por la pérdida funcional.
"La comunicación humana que tiene todos los componentes de una conducta puede ser terapéutica en sí misma o causante de confusión, hastío y decepción"
La comunicación humana que tiene todos los componentes de una conducta puede ser terapéutica en sí misma o causante de confusión, hastío y decepción. Un enfoque diferente puede cambiar el relato de una vida y darle sentido novedoso, haciendo más tolerable el padecimiento.
En todas las profesiones se toman decisiones que tampoco tienen la repercusión esperada, ni generan las consecuencias anheladas y, si bien en esos casos solo generan frustraciones, al menos intentan cuantificarlas económicamente. Dicen que "somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios", pero también es verdad que una palabra de consuelo puede encaminar hacia la sanación.