Brindis al sol

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Según la cultura popular un brindis al sol es una bravuconada, una exaltación demagógica de un acto, aun a sabiendas de su dificultad o imposibilidad para llevarse a efecto. Se asimila a la fanfarronería cuando se pretende presumir de lo que no se puede por el hecho de quedar bien. De alguna manera es lo que hoy se denomina “postureo”.

Cuando he empezado a leer los argumentos de algunos países, de algunas economías, pero especialmente de parte del presidente de los Estados Unidos sobre liberalizar las patentes de vacunas contra el Covid en un vano intento por extender la fabricación de estas, no he podido por menos que acordarme de esta idea, oportunista donde las haya para, como se decía en mis tiempos mozos, fardar ante los más necesitados.

Ya hemos hablado en artículos anteriores de la celeridad con que han surgido las diferentes vacunas patentadas frente al virus SARS Cov 2. Cuando para otras patologías más o menos extendidas por el orbe se ha tardado de media 7 años o más, hemos comprobado que, aunando esfuerzos, inteligencias y presupuestos, se podían acelerar al máximo las investigaciones, pero no así el periodo de latencia necesario para contrastar los resultados. Sin embargo la emergencia mundial ha forzado la manivela de la “procesadora de vacunas en serie”.

Ahora bien, es la primera vez en la Historia de la humanidad en que hay que afrontar un proceso de vacunación de forma global, alcanzando íntegramente, si no a todos, sí a la mayoría de los habitantes del planeta, lo cual podría sonar a fanfarronada, si no fuera porque es una necesidad perentoria. No solo es solidaridad con nuestros semejantes, sino anticipación estratégica frente a las posibles ondas de transmisión.

Es cierto que a algunas latitudes no llega el agua, ni ciertos medicamentos, pero incomprensiblemente sí llega una camiseta de un club de fútbol europeo, español para más señas, pero ni remotamente llegaría una vacuna en las condiciones óptimas de conservación para su inoculación.

Vacunar altruistamente a los más necesitados impediría que continuara expandiéndose en países en vías de desarrollo y ser foco de futuras nuevas cepas ad infinitum

Naturalmente que el buenísmo se da por sentado, pero también hay que ser conscientes de la magnitud de algunas propuestas. Cuando el recientemente elegido presidente Joe Biden saltó a la palestra anunciando que defendería la liberalización de las patentes quizá no consultó a los principales laboratorios que más han apostado hasta el momento, pero lo que tampoco queda claro es que hubiera consultado a los mayores expertos del mundo en inmunología, en virología, en microbiología, en epidemiología... o como prefieran definir la especialidad tan relevante para la salud pública.

A los que he podido leer hasta la fecha rechazan este propósito y lo tildan precisamente de bravuconada irrealizable por cuanto resulta inverosímil alcanzar todos los extremos del globo con un producto que exige una altísima sofisticación en su elaboración, ¿qué pasa con la transmisión de tecnología? No solo es una fórmula magistral, son unos procedimientos, siguiendo unos protocolos, aplicando unas herramientas, unos conocimientos técnicos, una praxis que resulta imposible de generalizar en tan breve espacio de tiempo y en según qué condiciones…

Además todo ello requiere de una ordenada logística, una imprescindible coordinación en la cadena de suministro y traslado, y demanda unas condiciones de conservación, que no parecen ser extrapolables a otros laboratorios de inferior cualificación, como si de una franquicia de zapatillas o electrodomésticos se tratara ¡Perdonen, pero no, no cuela!

De poco sirve hablar de geopolítica o geoestrategia si carecemos de la empatía y de la solidaridad global por encima del beneficio particular de los laboratorios y de los países que los respaldan

Es verdad que la mayor parte de los recursos mundiales se hallan en los países occidentales con mayor poder adquisitivo y por tanto con mayor capacidad de compra de las vacunas. Ello a pesar de que la India sea la farmacia del mundo y produzca en torno al 60% de las vacunas. Pero es aquí donde entra la más plausible solución que no es otra que la solidaridad organizativa y financiera que a su vez tendría un efecto beneficioso, por cuanto vacunar altruistamente a los más necesitados impediría que continuara expandiéndose en países en vías de desarrollo y ser foco de futuras nuevas cepas ad infinitum.

Me asalta una duda de última hora, ¿por qué hay un empecinamiento contumaz contra el inyectable de AstraZeneca, la vacuna inglesa de Oxford? Al cierre de la edición de esta tribuna, escuchaba en la radio a un especialista en Salud Global, el periodista Rafael Vilasanjuan, cuestionar esta preferencia cuando el coste por unidad era de 1 a 5 frente a las vacunas norteamericanas ¿No se plantean si detrás de tanta inquina pudiera haber razones económicas? No hay evidencias suficientes para cuestionar su eficiencia. Ahí lo dejo. 

En esta continua concatenación de efectos que ha tenido la pandemia, hemos de ser conscientes de que o salimos todos simultáneamente o no hallaremos consuelo durante generaciones. De poco sirve hablar de geopolítica o geoestrategia si carecemos de la empatía y de la solidaridad global por encima del beneficio particular de los laboratorios y de los países que los respaldan. Dice el refranero que “obras son amores y no buenas razones”: mientras pedimos la liberación de las vacunas… vetamos las resoluciones reprobatorias del Consejo de Seguridad de la ONU a la violencia en Oriente Medio…¡Excusas, excusas!

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