Desbordamiento social

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

En las últimas semanas hemos sido testigos de un fenómeno social denominado “botellón” que implica la concentración masiva de miles de jóvenes, reunidos de forma más o menos espontánea, para beber sin orden ni concierto, en una misma área urbana o periférica, en varias provincias españolas.

No entraré al fondo del contenido de sus consumiciones, porque la mayor parte de ellos son mayores de edad y, como el valor en el antiguo servicio militar español, se les supone criterio para decidir qué pueden consumir y qué puede ser contraproducente para su salud y, pese a ello, reincidir.

En este punto vuelve a servirme de metáfora el desafortunado percance del volcán de La Palma para explicar el desbordamiento social que supone este fenómeno rayano con la insumisión o rebeldía colectiva de los más jóvenes, equiparables a esos potros desbocados a los que cuesta adiestrar, como sucede en la doma equina.

Si ese estallido social hubiera ido acompañado de un estallido infeccioso… además de la reprobación social, tendríamos que añadir e imputar responsabilidad civil 

He escuchado a expertos sociólogos y psicólogos englobarlo como una consecuencia más del confinamiento durante la pandemia. No sé si esta circunstancia puede justificar la ausencia de protección global, la retirada de las mascarillas, la inexistencia de distancia de seguridad y mucho menos los actos vandálicos y toneladas de basura que dejan a su paso.

Por ende, si ese estallido social hubiera ido acompañado de un estallido infeccioso… además de la reprobación social, tendríamos quizá que añadir e imputar responsabilidad civil y cuanto la rodea.

Dicen los mismos expertos que hay que darles alternativas de ocio después de las severas medidas impuestos para evitar los contagios debidos a la proximidad en bares y discotecas. Quizá debieran ser ellos mismos los que las sugiriesen y no los adultos los que las impusiéramos, pues podrían sufrir el mismo rechazo que otras propuestas idénticas.

Hace años escuché a un familiar un aforismo muy ingenioso que decía que “la educación es un valor que se demuestra tanto cuando se tiene, como cuando se carece de ella”. Y en este caso me permito la licencia de dudar de su presencia a tenor de los estragos que están causando en el orden social estas reuniones con insuficiente control.

Por ley natural, todos hemos sido jóvenes y pasado por esa revolución hormonal que nos llevaba a cuestionar los límites, el orden moral, las imposiciones y normas paternas, desafiar la resistencia ética, física y hasta beber, bailar y besar… por encima de nuestras posibilidades, todo por aparentar ser más y mejor de lo que éramos.

Si ese estallido social hubiera ido acompañado de un estallido infeccioso…además de la reprobación social, tendríamos quizá que añadir e imputar responsabilidad civil y cuanto la rodea

Por algo reza ese dicho castizo que “la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo” y esa perspectiva es la que nos permite a los adultos contemplar con ligera condescendencia algunos actos porque similares los protagonizamos los ahora mayores… Pero ciertamente nunca mi generación, ni las precedentes, ni siquiera las inmediatas seguidoras, fueron tan radicales y destructivas en sus conductas como lo están siendo las presentes, con honrosas y quiero pensar que mayoritarias excepciones.

Pero es aquí donde tenemos que asumir nuestra responsabilidad por su forma de obrar, pues el primer peldaño de la educación es el hogar familiar y los inmediatos siguientes la escuela, el instituto, la universidad o centros de formación profesional. Entre todos debiéramos forjar el carácter de una adolescencia y primera juventud en un marco flexible de valores donde tuvieran referentes claros a imitar. Pero ¿y si esos escalones fallan?

Algunas desgracias naturales que han asolado paisajes y familias nos han permitido extraer conclusiones muy positivas de cara al futuro más inmediato sobre lo que se debe y no se debe hacer ante ciertos fenómenos apocalípticos.

No pequé entonces, como tantos incautos, de hablar en términos de epidemiología, microbiología o virología, y no lo voy a hacer ahora hablando de vulcanología, ni de meteorología, porque no están entre mis áreas de conocimiento.

Sin embargo estoy completamente seguro de que tantos los primeros como los segundos ya están sacando conclusiones positivas ante posibles recidivas y/o réplicas a fin de evitar tragedias como las vividas, encauzando los cursos primigenios, abriendo vías de salvaguarda, anticipando respuestas ante futuras crisis, diseñando planes de contingencia, etc.

Englobar estos episodios de rebeldía como una secuela más de la pandemia quizá sea distraer la atención sobre algo más global

Es cierto que los efectos psicológicos de la pandemia son silenciosos, extendiéndose en el tiempo mucho más allá de lo esperado, como bombas de relojería que hubieran sido programadas y fueran estallando secuencialmente generando una batería de estragos.

Ahora bien, englobar estos episodios de rebeldía como una secuela más de la pandemia quizá sea distraer la atención sobre algo más global. Me refiero a nuestros fallos como educadores de una generación a la que le tocará asumir el liderazgo dentro de unas décadas y si viven como represión acciones orientadas a su educación pueden convertirse, mañana, en tiranos.

No somos perfectos, ni estamos formados en pedagogía. Somos humanos, cometemos errores y hemos de ofrecer el mejor ejemplo a quienes nos sucederán, como espejo que les retorne una imagen nítida de rectitud. En caso contrario, se desbordarán como la lava del volcán y asolarán cuanto hallen a su paso.

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