Desprotegidos y agotados. Indignación sintomática de un sistema sanitario enfermo

Jorge Soler y Blanca Navarro
Diputados de Cs en el Parlament de Cataluña y miembros de la Comisión de Salud

Desde la crisis económica de 2008 el sistema sanitario público ha venido padeciendo sucesivos recortes presupuestarios. Dado que nuestro sistema sanitario no incorpora la evaluación de los resultados en salud, para optimizar la eficiencia mayoritariamente se ha incidido sobre la variable económica, pudiendo traducirse el eufemismo “optimización de la eficiencia”, simple y llanamente en ahorro.

En esta “optimización de la eficiencia” para hacer frente a la crisis, el recorte de las inversiones en el sistema sanitario público ha conllevado sin duda un incremento de la presión asistencial y de las cargas de trabajo sobre los profesionales, y un incremento de las listas de espera evidenciándose con todo ello el deterioro de su calidad tanto para los trabajadores como para los usuarios.

Paralelamente la atención sanitaria de la ciudadanía se ha ido haciendo cada vez más compleja por el progresivo envejecimiento de la población, el abordaje multidisciplinar de la mayoría de las patologías y el incremento de las exigencias de los pacientes, en consonancia a los avances existentes en los tratamientos. Sin embargo, pese a la mayor disponibilidad de avances tecnológicos y terapéuticos, el acceso a los mismos se ve cada vez más dificultado por las ya mencionadas listas de espera y la presión asistencial en la que los sanitarios desempeñan su actividad laboral, es cada vez mayor.

Los profesionales han tenido que hacer un tremendo sobreesfuerzo para cuidar a los ciudadanos

En este modelo, además, el tiempo dedicado al paciente pasa a repartirse entre la atención clínica, el desempeño burocrático (sobre todo, el registro de información) y las decisiones relacionadas con la gestión de recursos. Los pacientes reclaman volver a los niveles previos de prestaciones, los profesionales exigen más recursos y los gestores se ven atrapados en el dilema de garantizar la sostenibilidad del sistema sin disponer de los mismos medios económicos de antes.

En estas estábamos cuando llegó la pandemia del Covid19 y los profesionales han tenido que hacer un tremendo sobreesfuerzo para cuidar a los ciudadanos, en condiciones que no garantizaban su protección ni respecto al riesgo de infección ni respecto a la sobrecarga laboral, ni respecto a la protección frente al estrés emocional de estar en primera fila de la pandemia, desprotegidos, agotados e impotentes y viendo morir a tantos sin conseguir evitarlo.

Algunos estudios que informan que alrededor de 3 cuartas partes de los profesionales sanitarios han presentado tras el pico de la pandemia, síntomas de ansiedad y depresión en algún grado, y 2 de cada 10 en rango de severidad.

Sin embargo, la aparición de síntomas de la esfera emocional en muchos casos no hace tanto referencia a las actitudes a nivel individual de los profesionales con respecto al cuidado de sí mismos, sino al reflejo del efecto de la sobrecarga y falta de cuidado hacia los profesionales, ya previa a la llegada del coronavirus y acentuada hasta el extremo durante la pandemia.

Se hace imprescindible repensar cómo se puede brindar una atención clínica más humanizada, especialmente cuando después de la pandemia ha confluido la precariedad previa con el agotamiento por el sobreesfuerzo y la indignación por las condiciones laborales y la desprotección en las que han tenido que trabajar los sanitarios.

Los expertos nos alertan de que con gran probabilidad el próximo otoño el sistema sanitario tendrá que hacer frente a una nueva oleada de la pandemia

Para la prevención y tratamiento de su malestar, será necesario dignificar su quehacer, dotándoles de medios adecuados y recuperando el respeto por su labor, restituyendo sus condiciones laborales, ya deterioradas antes de la pandemia. Además de incorporar psicólogos sanitarios a los equipos de salud laboral será necesario mejorar las condiciones laborales, porque en este caso el malestar de los profesionales, lejos de ser “patológico” es un indicador de la mala salud del sistema sanitario.

Para avanzar en esta dignificación es imprescindible garantizar la protección respecto a posibles riesgos de contagio, garantizar las condiciones laborales en cuanto a la duración de las jornadas de trabajo y la precariedad de los contratos, establecer auditorías internas en el sistema sanitario público respecto a la calidad de la atención y los resultados en salud evaluados por profesionales y usuarios y disminuir la presión asistencial con cargas de trabajo que permitan mantener estándares de calidad tanto para los usuarios como para los profesionales.

Los expertos nos alertan de que con gran probabilidad el próximo otoño el sistema sanitario tendrá que hacer frente a una nueva oleada de la pandemia. En cualquier caso, durante la oleada que hemos vivido ya, se ha priorizado la atención al covid por encima de las actividades de prevención y detección de otras patologías con lo que, al retraso de las listas de espera ya existentes, habrá que añadir la atención pospuesta.

Sobre un sistema sanitario ya precarizado se acumulan las exigencias y si se pretende que los profesionales puedan asumirlas, habrá, de una vez por todas que garantizar los recursos, esto es, las partidas necesarias en los presupuestos, para dignificar las actualmente maltrechas condiciones laborales de los profesionales y garantizar a los usuarios el acceso y la calidad de la atención sanitaria.

En este sentido, Ciudadanos desde nuestra responsabilidad por ejercer una oposición responsable hemos presentado propuestas para garantizar las condiciones laborales de los profesionales sanitarios y restituir el sistema sanitario público que necesitan los ciudadanos.

Los contenidos de ConSalud están elaborados por periodistas especializados en salud y avalados por un comité de expertos de primer nivel. No obstante, recomendamos al lector que cualquier duda relacionada con la salud sea consultada con un profesional del ámbito sanitario.
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