El destape

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Quienes tenemos ya una edad recordamos este concepto y lo asimilamos con un momento de nuestras vidas allá por los años 70, en pleno desarrollismo, en los últimos estertores de la dictadura, de una España reprimida donde la censura impedía toda imagen que vulnerase la presunta decencia que mentes pacatas y remilgadas defendían.

España quería ser moderna y abrirse al turismo como fuente fácil e inagotable de recursos, y así fue, al tiempo que llegaban (también con quienes nos visitaban) otras normas, otros valores más permisivos y por supuesto más procaces, como respuesta a dicha opresión durante las cuatro décadas precedentes. Fue un estallido social, cultural, que alcanzó y casi barrió al país.

Las revistas, las películas, las novelas hasta entonces vetadas empezaron a campar con plena libertad como moléculas de oxígeno en el espacio infinito tras años encapsuladas. Quién no recuerda aquellas míticas portadas de Interviú o las películas de Alfredo Landa, Andrés Pajares y Fernando Esteso, que no eran precisamente dechadas de virtudes, pero mostraban lo que hasta entonces había permanecido ocluido.

Los sanitarios estamos acostumbrados a ver parcial o completamente descubiertos a nuestros pacientes en consultas y quirófanos

Hoy cada cual decide cómo, cuándo y dónde. Aquella etapa está más que superada y considerando lo anterior, no podemos ignorar que el respeto a la intimidad debe privar por encima de todo como derecho individual e inalienable. Cada uno puede exhibirse hasta donde considere, ateniéndose a las consecuencias de sus actos, pero el resto no debe vulnerar principios básicos y elementales.

Hemos asistido a un hecho deleznable como ha sido la difusión de un vídeo de alto contenido erótico de un presentador de la televisión de nuestro país mantenido relaciones sexuales con otra persona, el primero imprudentemente se autograbó pero luego alguien con ignotas intenciones lo colgó en redes, la actual corrala donde todo galopa, nada y vuela. Sus derechos se han visto pisoteados por la masa. El resto de eventualidades no me interesa.

Suelen insistirnos en la ley de protección de datos, en el derecho al honor, a la intimidad, pero cuando sucesos como el anterior saltan a la palestra, parece que todo amparo queda diseminado como untable en tostada para el deleite de los catadores y oprobio del asaeteado.

Sinceramente, no es de incumbencia pública con quién comparte cada persona su intimidad y su reserva debe ser garantizada por las leyes, so pena de castigo para quien se lo pase por el arco del triunfo de sus antojos. Aquí no puede preponderar el interés público, ni la relevancia del personaje, porque todos y cada uno nos regimos por la misma ley y bajo el mismo paraguas.

Tan íntima puede ser una escena afectiva como una simple radiografía que delata una prótesis oculta

Si esto ha sucedido con un personaje conocido, parece evidente que pueda suceder con gente anónima, si bien la repercusión no será ni de lejos parecida, porque el morbo parece ser un motor que intensifica hasta grado superlativo la inquietud de los visitantes de estas comunas que formamos los usuarios de redes, pero insisto, con respeto.

Los sanitarios estamos acostumbrados a ver parcial o completamente descubiertos a nuestros pacientes en consultas y quirófanos. Entendemos el recato y el pudor, pues no resulta plato de gusto desprenderse de las ropas ante extraños y mostrar aquello que solo quienes deseamos han visto previamente. Pero, es nuestra profesión, como la del electricista es ver el cuarto de contadores y el panadero amasar las obleas que luego comeremos.

Tenemos desde la antigüedad interiorizado el respeto a la intimidad y privacidad de las personas a quienes asistimos. No es novedad el secreto profesional si bien los soportes de archivo, custodia y comunicación de la información contenida en los historiales clínicos cambian. Tan íntima puede ser una escena afectiva como una simple radiografía que delata una prótesis oculta.

Pero esa visión se queda entre esas paredes, porque forma parte de la confianza entre personal sanitario y pacientes, es casi un acto mágico al que se accede sin pensar porque es consustancial a los protocolos, no hay morbo, no hay interés por la forma, sino por el fondo, buscar el problema y tratar de erradicarlo o paliarlo.

Muchas veces he pensado dónde está el pudor o la impudicia, en quien se exhibe alegremente o en quien mira sin ser visto. Es verdad que hay personas que venden sus secretos y hasta sus imágenes más privadas, pero allá cada uno.

Ahora bien, tengo claro dónde están los límites, que son los que deben ser protegidos y su vulneración, castigada. Pero si me permiten un consejo, mejor disfruten del momento y no lo graben, así nadie más podrá verlo, ni traficar, ni extorsionar con ello.

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