En guardia

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Bajo esta sencilla expresión se refugia un estado de alerta continuada ante cualquier riesgo a fin de evitar todo tipo de males, tanto los posibles como los improbables.

Su mera pronunciación ya nos predispone para mantener atención y elevadas las defensas, yen cuanto se atisba un peligro indeterminado tratamos de construir algún tipo de previsión o plan de contingencia que atenúe la incertidumbre, pero eso hemos de ponderar la proporcionalidad e intensidad de nuestra reacción.

Algunas profesiones y sus actores y actrices principales estamos muy familiarizados con este concepto pues trabajamos cuando los demás descansan para garantizar que nada altere el orden general ni el particular. Así pasa en la sanidad, bomberos, seguridad, logística de aprovisionamientos y, como es lógico, el alimento de la información, el periodismo, entre otros.

Conviene tener presente que hay una amenaza velada de reaparición de la enfermedad en forma de nuevos brotes contagiosos

Tras uno de los periodos más complicados de la historia de la humanidad, que ha obligado a muchas sociedades a medidas extraordinarias para combatir la pandemia también de modo global, se ha procedido a “rebajar” los niveles de máximo rigor en lo que se ha venido a llamar “desescalada”, dando paso a otro eufemismo, “la nueva normalidad”. Una secuencia en el discurso paralela a una panoplia de medidas de toda índole, como si al asignar nombres nos fuera más manejable la gestión de la incertidumbre.

Pero ni uno ni otro implican que el riesgo haya desaparecido, que se haya extinguido el peligro de forma permanente ni definitiva, por eso conviene tener presente que hay una amenaza velada de reaparición de la enfermedad en forma de nuevos brotes contagiosos. Como quiera que no hay un control total de su presencia y difusión, para la erradicación debemos mantener un reténen expectativa y no dar rienda suelta a la indisciplina, el desenfreno y la indiferencia colectivas, auténticos aceleradores de una expansión silente y descontrolada.

Estamos ante una amenaza que nos afecta a todos, a unos con mayor riesgo potencial que otros por ser más vulnerables, pero ante la cual debemos responsabilizarnos cada uno, no sólo por nuestros actos, sino implicarnos en los de nuestros semejantes, con especial fruición con nuestros afines más jóvenes, que son los que parecen haberse “soltado la melena”. Cada persona puede ser un ladrillo en el muro de contención.

Estamos asistiendo a un goteo incesante de nuevos contagios, por suerte no tan masivo como tiempo atrás, en que se convirtió en una pesadilla el tsunami de afectados y muertos, pero los avisos de las autoridades sanitarias estatales y de órganos supranacionales como la OMS nos ponen sobreaviso de que el virus y su expansión no están aún bajo control.

Les traigo a colación el símil del fuego en el bosque y cuando no se cuida arde como la yesca. Todos somos combustibles, pero también podemos dificultar la difusión. Los bosques comunales prenden con menos frecuencia porque todo el mundo los cuida. Sucede igual con la salud pública: que es tarea compartida.

Hay esperanza para inculcarles cualidades como la prevención, la cautela y la responsabilidad

Casi nada sucede por casualidad, ciertamente hay una parte de azar, pero otra nos   la determina el destino. Este macro fenómeno ha dejado y seguirá dejando consecuencias por doquier y ninguna ha sido, es, ni será baladí como para tomarla a la ligera. Por supuesto que la edad es un grado y nos otorga a los mayores un punto de experiencia y prudencia que no tienen los más jóvenes, y eso tiene un indudable valor y creo que es un deber moral hacerlo notar. 

Pero es a las autoridades a quienes les concierne imponer las medidas, privilegio de la contención y fuerza y si fuera necesario aplicar las sanciones, puesto que suyo es el poder coercitivo para el que le facultan las leyes.  Sin embargo, somos los tutores quienes debemos esforzarnos en disuadir y hacer comprensibles las normas de obligado cumplimiento.

La educación de los retoños siempre ha sido difícil, lo fue ayer, lo es hoy y lo será mañana, y si bien es verdad que todos somos hijos de nuestras circunstancias y de nuestro tiempo, en cada momento nos corresponde a los mayores responder ante los menores y dotarles de civismo, objetivos morales, valores universales y, en definitiva, criterios éticos para que sepan guiarse un día futuro, como lo hicieron sus antecesores en tiempos pretéritos.

Quiero pensar que aún hay tiempo, que hay esperanza para inculcarles cualidades como la prevención, la cautela, la responsabilidad y en la medida en que somos sus referentes, somos los primeros que debemos cumplir a rajatabla las normas, porque si no estaremos dándoles un pésimo ejemplo de lo adecuado y conveniente.

Es mejor mantenerse alerta para atajarlo precozmente y no tener que pagar las consecuencias de un nuevo confinamiento

Es deber de todos mantener la vigilancia, no solo de los habituales, que lo hacemos por obligación y deformación profesional, sino de la colectividad, porque nuestro mejor aliado es trasmitir una narrativa didáctica hacia quienes interaccionen en nuestro entorno.

Es posible que el fuego esté controlado, pero un rescoldo podría reavivarlo, por ello es mejor mantenerse alerta para atajarlo precozmente y así no tener que pagar las consecuencias con un nuevo y doloroso confinamiento, vistas las consecuencias del primero. Seamos sensatos y por un tiempo prudencial sigamos en guardia.

Los contenidos de ConSalud están elaborados por periodistas especializados en salud y avalados por un comité de expertos de primer nivel. No obstante, recomendamos al lector que cualquier duda relacionada con la salud sea consultada con un profesional del ámbito sanitario.
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