El martillo del recuerdo

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Acerco a esta tribuna el libro “El arte de amargarse la vida”, de Paul Watzlawick, que incluía un pequeño relato, “La historia del martillo”, para ilustrar hasta qué punto las conjeturas y elaboraciones propias podían ser fallidas y hasta ser disparatadas.

Ya saben, el hombre que iba a colgar un cuadro y precisaba de un martillo que no tenía y debía pedirlo a su vecino…Pero tras elucubrar sobre las posibles intenciones de éste, y reelaborarlas tóxica y torcidamente, acababa llamando a su puerta para mandar a freír espárragos al sorprendido vecino.

En un orden más gastronómico (porque el protagonista de la anécdota es uno de los mejores cocinero del mundo) Martín Berasategui rememora el tesón, esfuerzo y sacrificio de sus predecesores mentando una cita de su aita (padre en euskera): “Cuando seas yunque, aguanta. Cuando seas martillo, garrote”.

Una de las consecuencias que han empezado a destaparse tras los primeros estragos del Sars-COV-2 son los efectos colaterales sobre la salud mental de la ciudadanía

Pero el otro día reflexionaba sobre lo acontecido estos largos meses de atrás y lo que algunos muchos hemos dejado por el camino en adioses, suspiros y lágrimas.   Manuel Garrido, fallecido compositor, decía en aquella célebre Sevillana “algo se muere en el alma cuando un amigo se va…va dejando una huella que no se puede borrar…y el vacío que deja que no se puede llenar”. Pues imaginen cuando se trata de alguien más amado y cercano.

Pensé entonces en el recuerdo como un martillo, que a veces nos golpea por distracción; que bien manejado nos reporta mucho consuelo y beneficio, pese a que quienes se fueron, ya no volverán, pero se mantienen en nuestra memoria, en la mochila particular y en la compartida; pero que mal usado puede ser garrote que llegue a traumatizarnos y hacernos mucho daño.

Una de las consecuencias que han empezado a destaparse tras los primeros estragos del Sars-COV-2, y la ingente cifra de víctimas que vamos conociendo por acción directa o indirecta del virus, son los efectos colaterales sobre la salud mental de la ciudadanía, y no sólo sobre los pacientes ad hoc, sino los cuadros de estrés y ansiedad que salpimientan a toda la sociedad, sin miramientos por género, edad, estatus social y/o laboral…Auténticos estragos.

Consultas de salud mental llenas de pacientes, gabinetes de psicólogos atiborradas y paralelamente del resto de especialistas por la reverberación de esos estados en la salud general, máxime en un momento donde se imponen protocolos de seguridad sobre aforo y distancias de comparecientes. Suma y sigue.

El duelo es personal e irrepetible y, aunque comparta fases, varían los ritmos de elaboración y cadencia de superación

No puedo negar que entre el personal sanitario tiene carácter epidémico cuando no pandémico (si me permiten el juego de palabras según el grado de incidencia). Los primeros meses puedo confesarles que fueron terribles.

Los sacrificios personales, el esfuerzo generoso, la impotencia extrema, el dolor ante las defunciones ajenas e incluso el contagio por contacto directo que en muchos casos los llevó a su propia muerte. Por suerte no he vivido una guerra mundial, pero creo que esto debe ser lo más parecido.

Así las cosas, cuando llega el “silencio en la noche, ya todo está en calma, el músculo duerme y la ambición descansa”, que cantaba Carlos Gardel en otro desgarrador como inolvidable tango, es cuando afloran los fantasmas del recuerdo y te golpean con estrépito, a veces hasta causarte dolor, no sólo físico, sino emocional. El duelo es personal e irrepetible y, aunque comparta fases, varían los ritmos de elaboración y cadencia de superación.  

Muchos pacientes nos ven como seres inmunizados a esta zozobra colectiva, sobrevolando la enfermedad y aplicando tratamientos como si fuéramos ajenos a ella, como si gozáramos de un don divino que nos opacara del sufrimiento, cuando en verdad somos tan humanos como ellos mismos y conjugamos el dolor en primera, en segunda y en tercera persona, tanto del singular como del plural, del indicativo, del subjuntivo, y hasta del imperativo, porque ningún tiempo ni modo nos resulta extraño.

Todos hemos perdido algo o, peor, a alguien, y su recuerdo nunca debe ser como ese martillo escurridizo que se resbala entre nuestros dedos y nos golpea sin control

Ahora más que nunca debemos ser referente moral y promotores de conductas adecuadas, cuando en el contexto reina la confusión entre quienes deben tomar otro tipo de decisiones políticas, económicas, judiciales…Y algo inevitable, nos miran con lupa, sobre cómo vestimos, dónde nos ponemos, qué les decimos, que protocolos de seguridad les marcamos, qué tratamientos les diagnosticamos…

Todos hemos perdido algo o, peor, a alguien, y su recuerdo nunca debe ser como ese martillo escurridizo que se resbala entre nuestros dedos y nos golpea sin control, sino que hay que cogerlo con fuerza y precisión, para no errar el golpe. El recuerdo puede durante algún tiempo y ser un martirio, pero también es verdad que podemos transformarlo en punto de inflexión para seguir viviendo nuestro destino particular y servir de alivio, apoyo y consuelo para los demás.

Los contenidos de ConSalud están elaborados por periodistas especializados en salud y avalados por un comité de expertos de primer nivel. No obstante, recomendamos al lector que cualquier duda relacionada con la salud sea consultada con un profesional del ámbito sanitario.
Lo más leído