Palmas, palmitas

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Recuerdo una canción infantil que decía "Palmas, palmitas, higos y castañitas..."  Con el final de esta representación en la que el personal sanitario y demás laborales hospitalarios fuimos convertidos en héroes con el público ovacionando nuestra tarea, se completa un capítulo de una etapa muy difícil, probablemente la más complicada de nuestra historia contemporánea.

Nunca fuimos héroes, ni quisimos ese papel, nos revistieron con él, pero costará desprenderse del mismo porque a los héroes se les exige siempre superarse, mientras que nosotros sólo cumplíamos con nuestro deber, como el panadero en su tahona, el mecánico en su taller o el abogado en su bufete y nadie les considerará como tales por hacer lo que hacen cada día por el bien común.

No puedo negar que, de inicio, fueron sumamente alentadores aquellos aplausos, sin embargo con el tiempo fueron perdiendo intensidad y siendo instrumentalizados por intereses espurios con fines eminentemente partidistas que nada tenían que ver con la sacrificada labor que tantos profesionales estábamos llevando a cabo, poniendo en juego nuestra salud, nuestra vida y la de nuestras familias, pero insisto, como lo han hecho los trabajadores de los supermercados, los conductores del transporte público, los camioneros de alimentos y tantos otros anónimos.

Durante todo este periodo no hemos dejado de insistir ni un solo día en el riesgo potencial de contagio y en las medidas preventivas

Sería de desear que muchos recordaran estos aplausos y su efecto purificador cuando se implementan medidas políticas encaminadas a buscar el ahorro por medio del recorte en recursos sanitarios, léase, plazas, sueldos, insumos, etc., e incluso cuando las justas reivindicaciones por frenar la violencia contra los sanitarios, que ha adquirido grados de epidemia, no son escuchadas ni cortadas de raíz.

Pese a todo lo anterior, durante todo este periodo no hemos dejado de insistir ni un solo día en el riesgo potencial de contagio y en las medidas preventivas, pero sobre todo en la necesidad de persistir en las mismas hasta determinar la forma de contener la pandemia, esperando que no se cumpla la canción, “pasarán más de mil años muchos más…” y aun quedarán flecos por concretar.

Sin embargo, estamos viendo que, en los últimos tiempos, no solamente bajó la intensidad de las palmas, sino también el rigor en el cumplimiento de las normas impuestas, llegando a poner en verdadero riesgo no solamente a la ciudadanía sino todo el trabajo desarrollado hasta ahora. La imagen de un castillo sobre la arena de las vacías playas me ha estado rondando.

Se puede palpar en las redes sociales la frustración del personal sanitario al comprobar cómo se puede echar por tierra el esfuerzo de tantos profesionales y del conjunto de la ciudadanía durante un confinamiento que se va a prolongar casi por un trimestre que, en condiciones normales, no tendría más repercusión que contar un día detrás de otro hasta 90, pero que, limitadas nuestras funciones y libertades, ha sido como un castigo autoinfligido.

Más adelante habrá tiempo de atribuir responsabilidades por los errores que se hayan podido perpetrar

Son muchos los expertos científicos con la seriedad y rigor en sus apreciaciones, que no los proféticos tertulianos televisivos, que alertan del riesgo real de rebrotes, sobre todo por el exceso de confianza y de seguridad en sí mismos de aquellos que consideran un desafío contravenir el orden colectivo, pero en algunas regiones chinas ya lo están experimentando y si nos hacemos caso de la literatura médica,” allí empezó todo”. ¡Por favor, reacciones expansivas y de incontinencia propias de la adolescencia no tocan ahora!

En cualquier proceso patológico hay un inicio en el que podemos hacer un diagnóstico e iniciar un tratamiento, un periodo de curación y otro de convalecencia. Facilitar este ciclo, aplicable tanto en la escala individual como colectiva, mejorará la evolución y pronóstico. Resulta indiferente a estas alturas la identificación con tal o cual partido, porque de lo que se trata es de buscar la unidad de acción y coordinar esfuerzos en pos del interés colectivo.

Más adelante habrá tiempo para atribuir responsabilidades por los errores que se hayan podido perpetrar, pero en mi humilde juicio no es momento de sentenciar ni de exigir nada más que la sensatez y la solidaridad común, al margen insisto de toda ideología que, en medio de este tsunami sanitario, no tiene cabida.

Aquellos que no lo entiendan, que no comprendan el verdadero alcance de todo lo desarrollado hasta ahora, no solamente demuestran su ignorancia, también su osadía e incluso su estulticia.

Decía el mítico discurso de Shakespeare en Enrique V que “aquellos que no compartan nuestro destino, añorarán nuestra gloria”.

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