La importancia de los estudios sobre inmunidad de cara a futuras y mejores vacunas

La imagen emergente que la ciencia está componiendo de cómo nuestro sistema inmunológico interactúa con el SARS-CoV-2 podría ayudarnos a desarrollar mejores inmunoterapias frente a la COVID-19 y mejores vacunas.

Científica analizando muestras en un laboratorio (Foto. Freepik)
Científica analizando muestras en un laboratorio (Foto. Freepik)
CS
7 agosto 2021 | 00:00 h

El SARS-CoV-2 ha llegado para quedarse. Esta es una de las máximas que más se han repetido a lo largo de la pandemia. Al igual que sucede con muchas otras enfermedades y patógenos, el ser humano debe aprender a convivir con el coronavirus lo que plantea importantes cuestiones: ¿con qué frecuencia deberán actualizarse las actuales vacunas ante la aparición de nuevas variantes? ¿Será necesaria la administración de refuerzos periódicos como sucede, por ejemplo, con la gripe estacional?

La inmunidad que nuestro sistema inmunológico genera mediante las vacunas que actualmente se están inoculando o tras superar la infección natural continúa planteando varias incógnitas. Dado el poco tiempo que el ser humano y el SARS-CoV-2 llevan conviviendo la evidencia científica en estos términos es limitada. Motivo por el que se continúan realizando estudios que ahondan en la inmunidad y que son vitales de cara a la mejora de las vacunas o el desarrollo de candidatos a vacuna más eficaces, así como de tratamientos para paliar los síntomas de la enfermedad.

Un trabajo en el que la comprensión de las interacciones críticas que se producen entre nuestro sistema inmunológico y el SARS-CoV-2 son de vital importancia. La duración de la inmunidad determinará la frecuencia con la que tendremos que volver a vacunarnos. En la vida útil de la inmunidad intervienen varios factores entre los que se incluyen la fuerza de la respuesta inmune original y cómo puede evolucionar y adaptarse el virus para evadirla.

La ciencia debe averiguar cuál es la capacidad del SARS-CoV-2 para evadir la inmunidad y así determinar la frecuencia con la que se requerirá la inoculación de refuerzos. Pero aún es demasiado pronto para obtener una respuesta sólida, tal y como ya han comunicado organismos reguladores como la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) y la Agencia Europea del Medicamento (EMA, por sus siglas en inglés).

Si una variante es demasiado diferente a la cepa original del virus es posible que la actualización de las actuales vacunas no sea suficiente para incrementar la inmunidad que nuestro organismo ya ha generado

El mayor temor en el momento actual de la pandemia en el que nos encontramos es que la amplia circulación del virus que se sigue registrando posibilite la aparición de una nueva variante que cuente con capacidad para evadir la respuesta inmunitaria mediada por las vacunas. Si una variante es demasiado diferente a la cepa original del virus es posible que la actualización de las actuales vacunas no sea suficiente para incrementar la inmunidad que nuestro organismo ya ha generado.

INMUNIDAD TRAS LA INFECCIÓN NATURAL

Dentro de las cuatro semanas posteriores a la infección, entre el 90-99% de las personas infectadas por el SARS-CoV-2 desarrollan anticuerpos neutralizantes (NAb, por sus siglas en ingles). La fuerza y duración de esa respuesta inmune no se comprenden completamente y la ciencia no cuenta con datos que sugieran que esta inmunidad puede variar atendiendo a factores como la edad de los pacientes o la gravedad con la que cursaron la enfermedad.

La información disponible sugiere que, en la mayoría de las personas, las respuestas inmunitarias continúan siendo sólidas y protectoras contra la reinfección durante un periodo que oscila entre los seis y los ocho meses después de la infección. Esto no significa que esta inmunidad se prolongue durante un tiempo mayor. El marco temporal referido comprende al seguimiento con evidencia científica sólida del que se dispone actualmente cuyo máximo es de ocho meses.

La evidencia nos indica también que una pequeña cantidad de personas infectadas no consigue desarrollar anticuerpos neutralizantes tras la infección por SARS-CoV-2

La evidencia nos indica también que una pequeña cantidad de personas infectadas no consigue desarrollar anticuerpos neutralizantes tras la infección por SARS-CoV-2. Los motivos por los que esto sucede todavía no han sido esclarecidos. Las personas con una infección leve o asintomática tienden a contar con niveles de anticuerpos más bajos que aquellos que cursaron la enfermedad de forma moderada o grave.

Algunos estudios han sugerido que en algunos individuos la disminución de los niveles de anticuerpos se produce varios meses después de superar la infección. Investigaciones orientadas a detectar la memoria inmunológica observaron que las células B y las células T CD4+ y CD8+ mostraron una inmunidad sólida a los seis meses de la finalización de la infección en el 95% de los sujetos estudiados. Entre los participantes en estos estudios se incluyeron personas con infecciones asintomáticas, leves, moderadas y graves.

LA IMPORTANCIA DE LOS TRATAMIENTOS CONTRA LA COVID-19

Pero las vacunas no son la única estrategia para hacer frente al coronavirus. Se han desarrollado anticuerpos terapéuticos para tratar a los pacientes con COVID-19 con la esperanza de reducir la gravedad de la enfermedad. Hasta la fecha hasta cinco anticuerpos monoclonales han recibido la autorización de uso de emergencia. Pero estos también son susceptibles del escape viral.

La imagen emergente que la ciencia está componiendo de cómo nuestro sistema inmunológico interactúa con el SARS-CoV-2 podría ayudarnos a desarrollar mejores inmunoterapias frente a la COVID-19 y mejores vacunas.

Las respuestas duraderas de anticuerpos que se dirigen a unas pocas áreas y se centran en partes que el virus no puede modificar pueden ser la clave para reducir la frecuencia con la que necesitaremos actualizar las vacunas y los tratamientos. Las vacunas, combinadas con anticuerpos terapéuticos que logren bloquear la variedad de variantes que están por venir del SARS-CoV-2 podrían ayudar a que el virus sea una amenaza menor a lo largo de los próximos años.

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