Según algunos neuropsicólogos, “el duelo es la reacción emocional y del comportamiento expresadacomo sufrimiento y aflicción cuando se fractura un vínculo afectivo”. Es un mecanismo adaptativocorriente que suele darseante la muerte de un ser cercano, ya sea humano o animal, y más o menos querido.

"Y es que cada uno vive el dolor a su manera, en tiempo e intensidad, abriendo un proceso que llamamos duelo"
Viene a mi mente la imagen luctuosa de esa España negra y triste que se sumía en el dolor más profundo con la pérdida de un ser querido, si bien más desgarradores eran los entierros colectivos sobre todo cuando la causa había sido muy trágica. Pero no por ello son menos tristes las despedidas individuales, pero ya se sabe lo contagioso que es el sufrimiento.

Dicen los antropólogos que las emociones son “construcciones culturales” en tanto en cuanto no son universales, sino propias de cada grupo social, de sus especificidades geográficas, etnográficas, climáticas, culturales, etcétera. Y el hecho de reservar o exteriorizar el dolor es privativo de quien lo sufre.

Duelo y luto eran casi sinónimos. Se prolongaban y ritualizaban para mantener presente al ausente. Ahora se simplifica y disipa el recuerdo como las cenizas lo hacen con el viento.Hay que conceder un tiempo a cada persona para realizar el recorrido que mantenga viva la llama del recuerdo, pero con la certeza de que se trata de un recuerdo.


Y es que cada uno vive el dolor a su manera, en tiempo e intensidad, abriendo un proceso que llamamos duelo, que puede abarcar desde la confirmación de la pérdida hasta más allá de lo razonable, pues no hay tiempo ni mesura determinado ni por concretar para curar las heridas del alma.

Podríamos decir que este procesode honda reflexión lo estudian diferentes disciplinas del conocimiento y cada una tocando sus palos si bien todas son complementarias. El duelo es tema de atención y preocupación para los antropólogos, los psicólogos, los sociólogos, los psiquiatras y también, por qué no, para los artistas que en todas sus manifestaciones saben sacarle partido a ese momento de debilidad.

La pérdida de algo o alguien con quienes mantenemos vínculos supone un desgarro en la urdimbre emocional. Esta ruptura se vivencia en función del apego y por tanto dependencia, sea afectiva, económica o de estatus en los grupos en los que desarrollamos nuestras vidas.

Las fases del duelo cualquiera que fuera la pérdida podríamos estructurarlas siguiendo el clásico esquema postulado por Elisabeth Kübler-Ross: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.

El ser humano sólo tiene una certeza a lo largo de la vida y es precisamente la muerte como epifenómeno que condiciona nuestra existencia, si bien no somos conscientes, por fortuna, de cuándo se producirá, lo que nos proporciona un margen de error considerable para hacer y deshacer a nuestro antojo, al menos mientras haya salud. Malo si nos abandona.

Hay un antes, un durante y un después de cada duelo. Es como abrir un paréntesis que sabes a ciencia cierta cuándo y cómo lo abres, pero nunca cuando lo cerrarás, porque tu dolor, tu sufrimiento, tu ánimo abatido, tu congoja, tu abatimiento… es tuyo y de nadie más. Pero siguiendo la reconvención del refranero español, lo duelos con pan son menos y en compañía mucho menos.

En nuestras vidas, empleos, grupos familias tenemos y tendremos finales
La muerte evoca respuestas emocionales concretadas por las experiencias del sujeto y por el contexto sociocultural en que haya vivido. Implica una ruptura, y toda ruptura tiene algo de pequeña muerte. En nuestras vidas, empleos, grupos familias tenemos y tendremos finales. Hacer frente a ese distanciamiento aceptándolo, finalmente nos permitirá crear nuevas realidades, vínculos y nuevas formas de relacionarnos con la realidad.

Claro que la pérdida sobre todo la padecen los que sobreviven y han de afrontar el vacío que deja quien parte hacia ese lugar sin retorno. A veces esa muerte conlleva una liberación de las partes implicadas, una oxigenación colectiva, pero en la mayor parte de los casos, tras la euforia inicial, viene un letargo que un ser querido define como el “bajonazo miserable”.

Acompañar al doliente próximo a partir le ayuda en su propio duelo, y también a quienes vivenciaran su partida y su vacío. En cualquier caso, es una oportunidad de reescribir el relato de la vida, de reinterpretarla para darle un sentido. Para quien finalmente acepta la pérdida puede suponer una liberación y un mejor morir que seguir viviendo así, y para quienes quedan una reconstrucción. Describirlo, secuenciarlo, mediante una certera disección del proceso para su mejor comprensión coloca las bases para superar lo que, a fin de cuentas, es la pretensión de todas las ciencias antes avanzadas.


Porque salud necesitamos todos… ConSalud.es
Los contenidos de ConSalud están elaborados por periodistas especializados en salud y avalados por un comité de expertos de primer nivel. No obstante, recomendamos al lector que cualquier duda relacionada con la salud sea consultada con un profesional del ámbito sanitario.
Lo más leído