El accidente cerebrovascular, conocido comúnmente como ictus, se produce cuando se interrumpe o se reduce el flujo de sangre a una parte del cerebro: es el equivalente a un infarto cardíaco, pero en el cerebro. Tras sufrirlo, el cerebro intenta reparar las fibras nerviosas dañadas restableciendo su capa aislante, conocida como mielina, pero el proceso de reparación solo tiene un éxito parcial debido a la inflamación, lo que lleva a muchos pacientes a sufrir daños duraderos en sus funciones físicas y mentales. Ahora, un nuevo estudio de una universidad danesa ha arrojado luz sobre este daño a las fibras nerviosas del cerebro, y podría allanar el camino para nuevos tratamientos que ayuden al cerebro a repararse a sí mismo.
En concreto, los investigadores del Departamento de Medicina Molecular de la University of Southern Denmark (SDU, por sus siglas en inglés) han centrado su estudio en cómo las condiciones inflamatorias dificultan la reconstrucción. Así, han identificado un tipo de células del cerebro que desempeñan un papel clave en todo este proceso: trabajan para reconstruir la mielina, una capa aislante que rodea las fibras nerviosas del cerebro y la médula espinal y que garantiza una transmisión de señales rápida y eficiente entre las células nerviosas, pero las condiciones inflamatorias suelen bloquear sus esfuerzos. “Necesitamos encontrar formas de ayudar a las células a completar su trabajo, incluso en condiciones difíciles”, señala la profesora Kate LykkeLambertsen, una de las autoras principales del estudio. Y es que el cerebro, asegura, dispone de recursos suficientes para repararse a sí mismo.
“Necesitamos encontrar formas de ayudar a las células a completar su trabajo, incluso en condiciones difíciles”
El primer paso fue cartografiar, “con precisión”, qué zonas del cerebro son las más activas en el proceso de reparación. Para ello, analizaron muestras de tejido de cerebros procedentes del Banco de Cerebros de Dinamarca, que contiene más de 10.000 ejemplares utilizados para la investigación de enfermedades neurológicas como el ictus, la demencia y la esclerosis. Con esto, el equipo de investigadores pudo comprender mejor los mecanismos que controlan la citada capacidad que tiene el cerebro para curarse a sí mismo, sin requerir ayuda externa.
Lo han hecho mediante técnicas avanzadas de tinción, conocidas como inmunohistoquímica (técnica en la que se utilizan anticuerpos para identificar células o proteínas en el tejido, que ayuda a los investigadores a estudiar las funciones y ubicaciones de las células en el cuerpo), detectando qué células desempeñan un papel central en la reconstrucción de la mielina en las zonas dañinas del cerebro. Las muestras se analizaron para distinguir entre distintas zonas del cerebro, concretamente el núcleo del infarto (la zona más dañada), la zona perinfarto (tejido circundante donde está activa la reconstrucción) y el tejido que no parece estar afectado.
DIFERENCIAS ENTRE HOMBRES Y MUJERES
Su análisis permitió conocer dónde se acumulan las células reparadoras y cómo varía su actividad en función del género de la persona y del tiempo transcurrido desde el ictus. Y es que ese ha sido uno de los descubrimientos más interesantes del estudio: cómo los cerebros de las mujeres y de los hombres reaccionan de forma diferente a las lesiones. En las mujeres, parece que las enfermedades inflamatorias pueden impedir que las células reparen los daños, mientras que los hombres tienen una capacidad ligeramente mayor para iniciar la reparación.
"Los cerebros de los hombres tienen una capacidad ligeramente mayor para iniciar la reparación"
Esta diferencia es la que podría explicar por qué las mujeres suelen experimentar mayores dificultades después de un accidente cerebrovascular. Por eso, indica LykkeLambertsen, autora principal de un estudio publicado en el Journal of Pathology y en el que también han colaborado investigadores del Hospital Universitario de Odense y de la Università degli Studi di Milano, resulta crucial que en el futuro los tratamientos sean más específicos y tengan en cuenta el sexo y las necesidades individuales de cada paciente con ictus.
Por ejemplo para, después de obtener información sobre cómo funcionan e interactúan estas células específicas durante el proceso de curación, mejorar la reconstrucción de la melina y, al mismo tiempo, abordar la respuesta inflamatoria. El objetivo de todo ello es, a fin de cuentas, mejorar la situación de los pacientes con ictus, una enfermedad cerebrovascular que, según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), solo en nuestro país sufren cada año entre 110.000 y 120.000 personas.