“La capacidad de crecimiento de la población es infinitamente mayor que la capacidad de la tierra para producir alimentos para el hombre. La población, si no encuentra obstáculos, aumenta en progresión geométrica. Los alimentos tan sólo aumentan en progresión aritmética”.
“Basta con poseer las más elementales nociones de números para poder apreciar la inmensa diferencia a favor de la primera de estas dos fuerzas… El exceso sólo sería eventualmente disminuido por el hambre, las epidemias y las guerras.” Fueron palabras del economista británico Robert Malthus en su “Primer ensayo sobre la población” (1798).
Apenas dos décadas más tarde esta teoría sería refutada por su colega David Ricardo en sus “Principios de economía política y tributación” (1817), donde exponía que “la primera dificultad para el desarrollo no era el aumento de la población, sino la distribución de los recursos, de los que dependía su valor, por lo que los límites del desarrollo podían ser regulados por una gestión adecuada del mercado regulada por las leyes”.
Esta secular discusión que gasta ya más de dos centurias de existencia, se debe a la, si no alarmante, sí llamativa y redonda, cifra de población mundial actual: 8.000 millones de habitantes sobre la faz de la tierra. En condiciones normales, este debate ya no se sostendría porque los recursos existentes darían para mantener a esa cantidad y a unos miles más.
El verdadero problema es que el crecimiento no es sostenible por la tremenda disparidad geográfica, climática, económica, social, etc., con que se produce en el planeta. Según datos de la ONU, el 80% del incremento demográfico se produce en los países en desarrollo, donde no hay medidas anticonceptivas ni de planificación familiar. Lo que contrasta con el envejecimiento de otras regiones, y sus tasas de natalidad mínimas que solo se compensan con los movimientos migratorios.
Lo anterior produce una descompensación que desequilibra el planeta, superpoblando unas áreas y vaciando otras, generando compartimentos estancos de riqueza y pobreza, de estabilidad y seguridad frente a otros de inestabilidad e inseguridad. Esto afecta tanto a nivel de hemisferios, como a la medida continental, nacional, regional y local. Y no es tanta cuestión de ponerle límites, sino orden y concierto para que el crecimiento esta vez sí sea sostenible.
Las previsiones hablan de un crecimiento de hasta 10.000M de seres humanos en 2050 si no lo impide un cataclismo, un meteorito, un terremoto o una guerra mundial, ya sea armamentística o bacteriológica.
La reciente crisis sanitaria mundial derivada de la pandemia de COVID ha puesto en evidencia la desigualdad de medios entre el mundo desarrollado y el resto del orbe: la accesibilidad a los recursos asistenciales, medicamentos y vacunas marcaba las opciones entre sobrevivir o perecer. Las previsiones hablan de un crecimiento de hasta 10.000M de seres humanos en 2050 si no lo impide un cataclismo, un meteorito, un terremoto o una guerra mundial, ya sea armamentística o bacteriológica. Sigan el razonamiento.
Si completas la carga de un transatlántico o un superbuque portacontenedores a plena capacidad, no tiene por qué haber riesgo de hundimiento en caso de condiciones climáticas adversas, porque este ya ha sido calculado gracias al reparto equitativo de la carga. En eso consiste la estiba. Pero si esta se desplazara bruscamente, la nave podría ir a pique. Con el planeta pasaría lo mismo.
Ya ven que no hay un miedo atroz a crecer hasta esas dimensiones, sino un reconocimiento a una progresión demográfica que crece a un ritmo frente a unos recursos que evolucionan a otro. Puede que en un futuro las guerras sean por el alimento (transgénico, a falta de carne o pescado) o tal vez por el control del agua, pero esa será otra historia.
Mientras estas cifras corran parejas, todo irá bien, sin tensiones. En el momento en que hubiera un desajuste preocupante, saltarían de verdad las alarmas y correríamos un riesgo poblacional real y global.
Muchas guerras tribales tienen ahí su origen. La antropología se ha centrado en su estudio. No estaría de más echarle un vistazo de cuando en cuando a nuestro pasado para afrontar con cierta lucidez nuestro futuro.