Los que nos educamos en la Enseñanza General Básica, inille tempore, cuando no se alteraban los planes de estudio como moneda de cambio educativo con cada alternancia política, tuvimos la opción en el Bachillerato Unificado Polivalente de empezar a orientar nuestro futuro, bien por la vía de las letras, bien por la de las ciencias.
Como jamás he creído que el conocimiento sea excluyente, sino más bien integrador, nunca he abandonado otras fuentes de sabiduría pese a optar por la vía científica. Alguien muy cercano en los afectos suele decir que “la vida no se divide en facultades”, sino que ha de ser transversal para llegar con cierta soltura al mayor número de extremos posibles.
"Me entristece oír a gente decir que soy de letras para excusarse a la hora de no hacer bien una simple suma"
Es obvio que la especialización nos capacita de manera superlativa en una parcela, inversamente proporcional en tamaño al mayor estudio concretado, convirtiéndonos en una autoridad exclusiva en esa cuadrícula minúscula que hemos convertido en nuestro objeto de análisis. Por supuesto que puede haber y hay más que hayan elegido igual, otra cosa es que sean más o menos hábiles, simpáticos o audaces, pero eso ya va en el carácter individual.
Todo lo anterior no es óbice ni valladar para abordar con mayor o menor interés otras ramas del saber, bien por necesidad, por mera distracción o por afán cultural. Los médicos nos vemos obligados a saber de aspectos legales por aquello de la responsabilidad civil pero no somos abogados ni opositamos para jueces o fiscales, aunque sí tengamos que tener a mano ciertos códigos y no precisamente deontológicos sino civiles, penales, etcétera.
Pero también puede gustarnos la Filosofía, que etimológicamente es el amor a la sabiduría, y leer a Aristóteles, Platón, Heidegger, Stuart Mill, Sartre, Ortega y Gasset… O podemos necesitar de conocimientos de Economía para gestionar una clínica, o de Historia para hacer un viaje a una cultura milenaria, o simplemente de Literatura para leer a Pérez Galdós, Cela o incluso a Murakami…y el hecho de haber optado por ciencias no nos incapacita para ello.
En verdad no sabremos formular principios matemáticos, ni erigir puentes sobre aguas turbulentas, ni edificar torres sobre zonas abruptas, lo mismo que esos profesionales tampoco sabrán determinar la raíz de una dolencia ni formular un diagnóstico diferencial o diseñar un tratamiento eficiente.
Puede que todos los anteriores sepamos cambiar una bombilla, lijar una puerta, emborronar una pared con pintura, coser un botón o guisar unas manitas de cordero, pero es que esas labores requieren también de gente experta que no tiene porqué saber ni de ciencias, ni de letras, pero no por ello estarán privados de interés o curiosidad por conocer.
La vida es un constante cruce de caminos por donde deambulamos los seres humanos y ofrecemos nuestro saber, nuestro producto, nuestras habilidades, en un mercado donde las intercambiamos por las de otros semejantes y cada uno les pone un valor y según la disponibilidad individual serán adquiridas o rechazadas.
Me entristece oír a gente decir que “soy de letras” para excusarse a la hora de no hacer bien una simple suma o a otros decir que no saben si «La crítica de la razón pura» la escribió Kant o Descartes porque “soy de ciencias”, como si una rama del saber negara el acceso a la otra.
Todos tenemos nuestras limitaciones, pero si las principales barreras nos las ponemos nosotros mismos y nos olvidamos de leer un poco de todo, es probable que “erremos por este valle de lágrimas sin pena ni gloria hasta liquidar nuestro contrato con la vida”.
Permitidme que acabe con una deliciosa cita de un gran científico, el físico alemán Albert Einstein, quien dijo “nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber”.