Desmadrarse

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Dicen que cuando un río se desborda tras un fuerte aguacero y provoca una riada, “se sale de madre”, término que no se refiere a la tradicional figura materna de la progenitora, sino al cauce por donde discurre dicho caudal, lo que degenera en asolamiento de todo cuanto pille a su paso, ya sean casas, cultivos, vehículos, carreteras, etc.

Por extensión el lenguaje coloquial lo ha adaptado y adoptado a toda situación en la que una persona o un colectivo sobrepasa los límites considerados razonables o normales. El refranero es muy rico para abastecernos de aforismos que definen esta situación: “sacar los pies del tiesto”, “meterse en camisa de once varas”, “cada maestrillo a su librillo” o “zapatero a tus zapatos”.

Todos los anteriores, de alguna u otra manera, hacen mención a las particularidades que nos hacen singulares en nuestros ámbitos personales y profesionales, ya sea actividades familiares, laborales, sociales, deportivas, etc., que nos otorgan una identidad que ante iguales nos equipara, pero ante diferentes nos destaca.

El desempeño de según qué funciones no solo requiere, sino que demanda, tanto una experiencia previa, e incluso un pedigrí, como una cualificación dotada por una institución formativa, avalada y acreditada por las autoridades pertinentes, con el permiso administrativo correspondiente para su desempeño, siendo el alumnado saliente óptimo para el ejercicio. Luego ya habrá “manitas” y “manazas”, pero esa es otra historia.

De hecho, en algunas profesiones es un requisito imprescindible para poder ejercer, considerándose una intromisión ilegítima la vulneración de dicho principio, máxime cuando están en juego vidas humanas que demandan de la extrema pericia de las personas facultadas con títulos, diplomas, másteres y más si vienen jalonadas de un currículo impoluto sobre el que basamentar su trabajo.

"El desempeño de según qué funciones no solo requiere, sino que demanda, tanto una experiencia previa, e incluso un pedigrí, como una cualificación dotada por una institución formativa, avalada y acreditada por las autoridades pertinentes, con el permiso administrativo correspondiente"

Otras son menos exigentes y radican su reconocimiento sólo en el bagaje acumulado, en la detenida observación, en el esmerado cuidado a la hora de emular el magisterio de sus predecesores y es la satisfacción del cliente final la que determina si ese obrador puede continuar o mejor que siga buscando su suerte en otros parajes.

Contaba un veterano crítico cinematográfico de radio que el gran actor Orson Welles tenía ambición por dirigir, cuando no había más escuela que el propio ejercicio. Fue entonces cuando decidió encerrarse en una sala privada de proyección y ver hasta en doce ocasiones “La Diligencia”, dirigida por el mítico John Ford. Tras la última emisión, contaba este locutor, Welles salió eufórico y pronunció su famosa frase: “¡Ya soy director de cine!”.

Hoy hay escuelas de cine, de arte dramático, de guion, para aprender realización, para ser camarógrafo, para ser maquillador, para diseñar vestuario, conservatorios para ser músico, etc., y aun así nos sorprenden artistas de otros palos “dando el salto desde otras ramas”, imagino que para disgusto de quienes se han preparados en las escuelas antes citadas.

Si se están preguntando si siempre hubo neurocirujanos, traumatólogos, maxilofaciales, cardiovasculares, dermatólogos, oftalmólogos, otorrinos, anestesistas, etc., ya saben la respuesta: NO. Cada especialidad tuvo sus apurados comienzos y sus lentos progresos hasta alcanzar los niveles de pericia actuales. Es más, en España, hasta que comenzó a realizarse el examen del MIR, en 1978, las especialidades se lograban con el ejercicio, dando lugar a los inolvidables MESTOS (médicos sin título oficial).

Hoy nadie osaría cuestionarles, porque son los padres fundadores de todos sus sucesores, entre los que tengo la dicha de encontrarme. Pero les aseguro que nadie podría aspirar en la actualidad a ejercer por mucha vocación, mucha voluntad y mucha observación que aportara. No hay discusión posible, porque el grado de exigencia y responsabilidad es máximo y no se puede delegar en personas sin esa titulación concreta.

Se aprende a conducir, conduciendo, con profesores titulados, en coches capacitados para dicho fin, pero quien más quien menos ha dado clases extras en parajes solitarios, con voluntariosos familiares o alocados amigos, pero no saliendo a la autopista en hora de mayor afluencia. Lo mismo pasa con la cirugía, la anestesia, la abogacía, la arquitectura, siempre hay unos principios, pero cimentados en un programa sistematizado, una formación regulada, continuada y evaluada por tutorías acreditadas.

"Sigamos trabajando de forma solidaria y unida, pero “sin salirnos de madre”, creando itinerarios de capacitación, competencia y desarrollo de habilidades en los ámbitos propios"

Quiero creer que ciertas proposiciones lanzadas recientemente desde un colectivo determinado no resultan rigurosas, sino ingeniosas de quien aprovecha el río revuelto electoral para “desmadrarse”.

No soy dudoso de defender con sinceridad y firmeza a ese colectivo, imprescindible en la práctica clínica, en el apoyo y soporte asistencial, por su increíble labor humana con los pacientes y como apoyo fundamental en el día a día. No somos rivales, somos complementarios. Pero cada cual en sus zuecos. Remero a remar, timonel a pilotar y vigía a otear.

Ah y no olviden que el verdadero reto se llama “inteligencia artificial”, está a la vuelta de la esquina, y más cerca de lo que imaginamos. Así que sigamos trabajando de forma solidaria y unida, pero “sin salirnos de madre”, creando itinerarios de capacitación, competencia y desarrollo de habilidades en los ámbitos propios. Encauzar las ramblas y rieras evita el desborde, las riadas y tal vez trasforme lo caótico en trabajo productivo, vamos, “cooperar sin pisarnos la manguera”.

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