Miedo a la muerte

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Recuerdo a un veterano profesor de literatura de la extinta Enseñanza General Básica que, al comienzo de cada poema que declamaba, retintineaba como un mantra un verso que le atribuía a San Juan de la Cruz: “De la muerte nadie escapa, ni el rey, ni el rico, ni el papa”.

Pasamos por este valle de lágrimas que dicen que es la existencia tratando de sobrevivir lo más estoica y saludablemente posible, pero, por más certezas que tratemos de desentrañar del ciclo vital, la única en la que coincidimos médicos con filósofos, fontaneros, juristas, rafia de otras personas, palafreneros y demás seres cuerdos sobre la faz de la tierra…es que un día abandonaremos la vida sin llevarnos nada con nosotros.

En todo caso perdurará nuestro recuerdo en la vida de otras personas. Los diferentes soportes corporales, mentales y energéticos, se diluirán en el cosmos, más allá de Orión…como lágrimas en la lluvia, que diría un replicante.

Doy por sentado que todos los seres sobre la faz de la tierra tenemos una misión, tras la cual falleceremos

Puede resultar cruel hablar de la muerte así a bote pronto, sin avisar, pero hemos de ser conscientes de que este hecho forma parte intrínseca de nuestra vida, es una etapa más, como leocurre aotros seres vivos cuyo ciclo hace que nazcan, crezcan, interaccionen y mueran tras haber cumplido su función.

Surge la duda de si realmente todos los seres vivos tendremos un propósito, si la aparente identidad que nos diferencia y asemeja cumple una función, de si representaremos algo en verdad,aunque sea como meras comparsas. Por supuesto, doy por sentado que todos los seres sobre la faz de la tierra tenemos una misión... Tras la cual falleceremos, la hayamos satisfecho o no.

El miedo es una reacción tanto física como psíquica, es un mecanismo de adaptación de todos los seres vivos que, en el caso del hombre, se atribuye a su inteligencia y en el de los seres carentes de ella a su instinto animal, pero en ambos casos viene a elevar el nivel de alerta  y prevenirnos de riesgos que ponen en peligro nuestra existencia.

Comúnmente los humanos ya no tenemos que huir de predadores como les sucede a los animales, pero luchamos contra otros elementos, como son la falta de recursos, la vejez, las enfermedades, los peligros de la naturaleza como son los factores climáticos, los accidentes, la propia mano humana, etc.

Lamuerte es una constante que nos acompaña desde el primer hasta el último día y cada uno vamos sorteándola con mayor o menor fortuna en pos de ese mito que es la madurez saludable libre de dolencias.En verdad es una vieja estación de destino obligada tras múltiples pérdidas y óbitos próximos o lejanos.

Los médicos no somos los magos ni los brujos de la tribu que espantan el fantasma de la muerte

El miedo a la extinción de la identidad y muerte no es igual en todas las edades ni culturas. Hay factores que condicionan una mayor o menor predisposición, como son los riesgos que asumimos en nuestras actividades cotidianas y fundamentalmente la propia edad, pues conforme avanzamos en el tiempo asumimos la inexorabilidad del final con mayor templanza. A los que permanezcan tras nuestra partida les quedará el duelo, el dolor, por nuestra ausencia y deberán gestionarlo y sobrellevarlo.

Los médicos no somos ni mucho menos los magos ni los brujos de la tribu que espantan el fantasma de la muerte. Nuestra labor consiste en ayudar a restituir la salud si podemos o aliviar,y en todo caso acompañar compasivamente, pero dentro de un límite.

Esa frontera viene determinada por los recursos, los progresos técnicos, los conocimientos científicos, nuestras propias habilidades, yvalores de las personas, que fijaran sus preferencias sobre la mayor duración con secuelas o menor sin ellas.

Dicen los físicos que los materiales tienen un límite de elasticidad,de igual modo los seres vivos tenemos un margen de años. Ahora,evidentemente cada uno tenemos el nuestro.

Por supuesto no podemos obviar que siempre hay quien desafía los límites de la resistencia y toma la calle del medio para seguir su propio camino, su propia voluntad, porque no pueda ya sentir, pensar, elegir, comunicar o compartir.  Pero de eso ya hablaremos en otra ocasión. La muerte ajena nos alerta de la brevedad de la vida y sirve de estímulo para vivir la propia vida, carpe diem y anticipar nuestro duelo.

En fin. Ahora que voy desquitando páginas del calendario pierde nitidez el rostro de aquel viejo maestro y su nombre se pierde en el marasmo de la infancia, pero en cambio su voz permanece inmarcesible, repitiendo que la muerte es muy democrática pues de ella no escapa “ni el rey, ni el rico, ni el papa”.

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