Reconciliación

Alfonso Vidal
Jefe de las Unidades del Dolor de los Hospitales Sur, La Luz y Valle del Henares de Quirónsalud

Se cumplen 10 años del fin de la mayor lacra que ha vivido nuestro país desde el régimen anterior. Sólo a las generaciones más jóvenes, las que tienen menos de 25 años, se les puede escapar a qué me refiero, quienes lo habrán estudiado en los libros y tal vez un día lo consulten en las hemerotecas.

Quizá en este punto alguien ya me tilde de dinosaurio, porque gracias a internet esas salas oscuras, de amplios pupitres con escasa luz y olor a papel de periódico antiguo ya han quedado demodé y resulta irrelevante el soporte físico de estos mausoleos de la información.

Los años del plomo se cobraron alrededor de un millar de muertes a lo largo de casi cuatro décadas. Cada una dejó una impronta de dolor en el alma colectiva, pero sobre todo rasgó y dejó una honda cicatriz en los familiares y amigos de las víctimas, que también sufrieron la estrategia de socializar el dolor. Muchos ni perdonaron, ni olvidaron, pero el tiempo ha corrido inexorable para todos e igual que la lava del volcán de La Palma ha dejado un manto que ha cubierto la vida de los habitantes de nuestro país.

Debajo queda el recuerdo, pero nunca el olvido. El duelo ha servido para sobrellevar y poco a poco superar esta tremenda crisis que vapuleaba la actualidad con sordina y amplio eco en los informativos, que nos hizo reflexionar sobre cuáles eran las vías para solucionar el conflicto, qué estábamos dispuestos a hacer y hasta dónde y cuándo llegaríamos… Pero, igual que las heridas no deben cerrarse en falso, se hace impensable una regeneración moral sin un relato no manipulado.

"Igual que las heridas no deben cerrarse en falso, se hace impensable una regeneración moral sin un relato no manipulado"

Los políticos, las fuerzas del orden, los ideólogos, tenían que buscar respuestas, pero a la sociedad en general le correspondía restañar heridas que no es sino detener el flujo de nuestro líquido elemento, frenar la hemorragia, cicatrizar los cortes y tratar de recuperar la normalidad, pero sin olvidar a los ausentes y pasar página para seguir viviendo.

En marzo de 2020, salvando poderosamente las distancias, nuestras vidas dieron un vuelco cruel con el estado de alarma y el confinamiento obligatorio ante un enemigo todopoderoso llamado pandemia que asoló a cuantos pudo a su paso. Sus efectos devastadores llegaron a cobrarse durante muchos días la misma cifra de víctimas que el primer fenómeno expuesto en casi cuarenta años.

Si lo primero nos desolaba en un efecto ralentizado, a lo segundo tuvimos que acostumbrarnos sin tiempo para recapacitar y sin poder asignar culpas directas. Muchos se han quedado por el camino y su ausencia es igualmente dolorosa. Pero toca mirar hacia delante, porque la vida sigue, y sería una necedad mayúscula no aprender de los errores causados por acción u omisión.

Mientras la ciudadanía trata de superar los estragos de cuanto ha vivido, las administraciones ejecutivas, legislativas y de justicia de los diferentes ámbitos de gestión vierten denuncias, imputaciones y toda clase de cargos lejos de su demarcación en un espectáculo que a menudo roza el bochorno y hasta la vergüenza ajena. Cabría apelar al consenso y a la capacidad de negociación… pero de eso ya hablamos en esta misma tribuna hace semanas.

"Todos los días nos ocupamos del dolor de los demás y no resulta positivo dispersar los esfuerzos por un culto a personalismos nada acordes con un espíritu integrador"

Y en un nuevo salto cualitativo y salvando más profusamente las comparaciones odiosas, hace unos días se ha celebrado en Bilbao el Congreso del Dolor organizado por la sociedad española del dolor, de la que se escindieron el pasado año valiosos componentes formando una nueva sociedad multidisciplinar del dolor ante la imposibilidad de alcanzar un acuerdo para celebrar unas elecciones, quedando las discrepancias pendientes de arbitraje.

Puede que para ustedes haya resultado excesiva la licencia comparativa, les pido disculpas si así ha sido, pues como en la máxima de la Medicina “primum non nocere”, pero como recordarán el objeto primero de este artículo es hablar de la necesaria reconciliación para superar los conflictos y seguir avanzando, curando y, en su defecto, paliando el dolor ajeno.

Todos los días nos ocupamos del dolor de los demás y no resulta positivo dispersar los esfuerzos por un culto a personalismos nada acordes con un espíritu integrador. Las divisiones fracturan las entidades, las debilitan y fragilizan ante los avatares del destino. Juntos seríamos más fuertes. Ahora que cada uno extraiga sus propias conclusiones.

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