Amnesia y 35 años sin hablar del accidente: secuelas del superviviente de los Andes, Pedro Algorta

Algorta, uno de los 16 supervivientes de los Andes, relata a ConSalud.es la amnesia que sufrió tras el accidente y que a día de hoy le impide recordar algunos detalles de su vuelta a la vida

Pedro Algorta, superviviente de los Andes. (Foto: LID Editorial)
16 marzo 2024 | 00:00 h
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Octubre de 1972. Esta es la fecha que marcó las vidas de las 45 personas que iban a bordo del vuelo 571 de la Fuerza Área Uruguaya, el avión con destino a Santiago de Chile que acabó en ‘la tragedia o el milagro de los Andes’. De todos los pasajeros, solo 16 salieron con vida de este avión y superaron las condiciones extremas de un lugar gélido, apartado de la civilización e incomunicado como es la cordillera de los Andes.

Pedro Algorta se encontraba aquel día, a aquella hora y en ese vuelo que nunca llegó a su destino. No era su equipo de rugby, tampoco su grupo de amigos. Únicamente viajaba para “un fin de semana largo”, como explica en su libro ‘Las montañas siguen allí’ que estrena su cuarta edición (LID Editorial, 2024). “Estuve 35 años sin hablar del accidente”, puntualiza Algorta en una entrevista a ConSalud.es. Un tiempo en el que escapó de lo que había ocurrido, motivado también por la amnesia que sufrió a causa del accidente.

“Empecé a ver como mis compañeros del accidente hablaban de ello y me di cuenta de que lo que yo había vivido no era exactamente lo mismo que ellos comentaban”, explica el superviviente. “A partir de ese momento sentí la necesidad de contar mi versión”, apunta. Este es el fruto de un relato que nace de sus “propios recuerdos” nublados por la amnesia que sufrió en el momento del rescate. El efecto del accidente no solo fueron unas malas condiciones físicas provocadas por el hambre, sino también, como en el caso de Algorta, una incapacidad parcial o total para recordar una parte del accidente.

Sin embargo, sí recuerda como, desde el momento en el que ocurrió el accidente, nunca perdió la esperanza de ser rescatado. “Siempre estaba la posibilidad de que nos encontraran. Sabíamos que nos estaban buscando, vimos pasar aviones por encima de nosotros y siempre creímos que existía una oportunidad de que nos encontraran”, asegura. “Eso pensábamos, aunque en la práctica era muy difícil que un avión volando a una determinada altura nos viese. Ese avión blanco era apenas una mancha pequeña en la inmensidad de la cordillera”, sostiene.

72 DÍAS DE ESPERANZA

“Nunca pensamos que nos íbamos a morir porque, en ese caso, posiblemente no hubiésemos salido de allí”, reconoce Algorta. Para todos los supervivientes fueron 72 días de esperanza a pesar de no tener casi recursos para protegerse del frío, ni tampoco alimentos con los que poder salvarse del hambre en medio de la montaña. Aunque los primeros días, como relata, era muy difícil asimilar todo lo que estaba pasando.

No obstante, Algorta tiene claro que “si hubiesen pasado más días, seguramente hubiésemos muerto todos”. “Dos o tres de nuestros amigos estaban muy débiles y probablemente no hubiesen sobrevivido 48 horas más”, matiza, “eran piel y hueso”. “Quizás hubiéramos tenido suerte, quizás hubiésemos conseguido salir por el este o quizás no. Pero la situación se hubiese deteriorado mucho seguramente”.

EL MOMENTO DEL RESCATE

Finalmente llegó el rescate. “Un momento de inmesa alegría”, según lo que es capaz de recordar Algorta. Y el momento de volver a la vida fue todo lo contrario a lo que los supervivientes esperaban. “No nos imaginábamos que estábamos haciendo algo extraordinario. Para nosotros alimentarnos del cuerpo de nuestros compañeros muertos era lo normal, lo que había que hacer, la única forma de mantenernos con vida”, sostiene.

Junto al proceso de vuelta a la civilización, también volvían cicatrices del accidente. Algorta, como sus compañeros, perdió varios kilos, pero asegura que en dos meses ya había recuperado su peso y su energía. Además tenía una herida, pero le cicatrizó estando en la montaña.

40 Y TANTOS AÑOS DE SEGUNDA VIDA

El superviviente asegura, entre las páginas de su libro y también en esta entrevista, que han pasado “40 y tantos años de segunda vida”. Aunque el shock también estaba presente. “Me tomó un tiempo darme cuenta de que habíamos cambiado”, declara. Sin embargo, la adaptación posterior fue rápida.

“Nunca he tenido un sueño, ni he estado atormentado por el accidente o por las situaciones que experimentamos en la montaña”, asevera Algorta. Aunque la situación actual del superviviente es muy diferente a la de los momentos posteriores al accidente. “La montaña siempre ha estado presente en mi vida. Durante mucho tiempo dije que no me había afectado, pero hoy ya no lo digo”, subraya, “lo pasé muy mal. Ese tipo de situaciones dejan cicatrices”.

"Me impresiona la inmensidad y soledad del lugar donde estuvimos"

Tras el accidente, Algorta recuperó su vida. Volvió a la universidad, a estudiar, a trabajar e incluso visitó el lugar del accidente: "Me impresiona la inmensidad y soledad del lugar donde estuvimos". Posteriormente se casó y tuvo hijos, “pero siempre con la montaña a cuestas”. Sin embargo, tal y como sentencia, volvió con una gran lección aprendida: “Para mí lo más importante es la demostración de que uno puede recuperar su vida normal después de pasar situaciones muy límites”.

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