A lo largo de la vida el sueño del niño varía. En el recién nacido, el sueño activo es el mayoritario, produciéndose un descenso gradual de su duración hasta los 2-3 años. Es el sueño REM: ojos cerrados, con atonía muscular axial, pero con movimientos de extremidades y movimientos faciales (risas, muecas…) y movimientos oculares. Es normal que el recién nacido se mueva y emita sonidos, aunque esté dormido; esto irá disminuyendo a lo largo de los primeros meses.
Hasta los 3 meses de edad, el lactante pasa directamente de la vigilia al sueño activo. Los periodos de sueño duran poco (entre 2 y 3 horas) y al pasar de un periodo a otro puede haber despertares.
A los 5-6 meses se va estableciendo el ritmo circadiano: duerme más por la noche que por el día. Hay niños que tardan más en adquirirlo, presentando despertares nocturnos fisiológicos hasta en el 40% de los niños menores de 3 años. Las siestas son normales hasta los 3-4 años. En la adolescencia se observa una tendencia fisiológica a retrasar el inicio nocturno del sueño y una disminución gradual del tiempo total de sueño.
¿CUÁNTO DEBE DORMIR UN NIÑO?
La duración del sueño nocturno varía en función de la edad, el estado de salud, el estado emocional y otros factores. Cada niño es único y tiene diferentes necesidades de sueño. El tiempo ideal de sueño es aquel que le permita realizar las actividades diarias con normalidad.
LLEGA EL MOMENTO DE DORMIR, ¿CÓMO HACERLO?
No hay una fórmula universal que sea perfecta para todos los niños y todas las familias. Los distintos modelos de acostar a los niños (en solitario, compartir habitación con los hermanos o con los padres, compartir lecho con los padres…) dependen de la decisión u organización familiar pero no debe ser obligada por la conducta del niño.
No son los padres los que tienen que dormir al niño, sino que deben facilitarle que sea él quien concilie el sueño y aprenda a dormirse solo.