¿Qué hemos aprendido en estos primeros seis meses de vacunación masiva a nivel global?

El 8 de diciembre de 2020 una nonagenaria británica se convertía en la primera mujer del mundo en ser vacunada contra la Covid-19. Más de 2.254 millones de dosis después, repasamos los aprendizajes globales.

Margaret Keenan, primera paciente en recibir la vacuna frente a la Covid 19 (Foto. NHS)
Margaret Keenan, primera paciente en recibir la vacuna frente a la Covid 19 (Foto. NHS)
Ángel Luis Jiménez
14 junio 2021 | 00:00 h

El 8 de diciembre de 2020 Margaret Keenan (Reino Unido) se convertía a sus 90 años en la primera mujer del mundo en recibir una vacuna contra la Covid-19. A pesar de que los diferentes sueros que actualmente se están inoculando han sido previamente probados decenas de miles de voluntarios a través de los ensayos clínicos, la primera dosis inoculada a Keenan marcaba el inicio de las campañas de vacunación masiva. Un hito en la historia más reciente de la Humanidad y que suponía el principio del fin de la peor pandemia a la que nos hemos enfrentado, al menos, en los últimos 100 años. Ahora, más de 2.254 millones de dosis administradas después (a fecha de 10 de junio de 2021) y con el 25,1% de la población mundial con la pauta completada, es el momento de hacer balance de los meses vividos.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que la autorización comercial de emergencia no es el último examen al que se enfrentan las vacunas desarrolladas contra la Covid-19. A pesar de haber demostrado su seguridad y eficacia, agentes globales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), reguladores como la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) o la Agencia Europea del Medicamento (EMA, por sus siglas en inglés), y las autoridades nacionales de cada país continúan realizando una minuciosa labor de farmacovigilancia sobre la inoculación de estas vacunas. Los fabricantes de los sueros continuarán con los ensayos durante al menos dos años con el objetivo de recabar más información en términos, por ejemplo, de inmunidad a largo plazo.

La comunidad científica a nivel internacional ha protagonizado un hito histórico con el desarrollo de varias vacunas seguras y eficaces en menos de un año de pandemia. Todo un récord si tenemos en cuenta que el desarrollo y los distintos ensayos clínicos de cualquier vacuna pueden suponer un trabajo de varios años.

No generan inmunidad esterilizante, es decir, una persona inmune tras completar su pauta de vacunación puede infectarse y, aunque no enferme, transmitir el virus y poner en riesgo a aquella parte de la población que todavía no ha recibido las dosis correspondientes

Poco después de esa primera dosis inoculada a Keenan, las esperanzas globales se veían vapuleadas por la identificación de las primeras variantes del SARS-CoV-2. Todos los virus mutan y muchas de estas variaciones no suponen ningún peligro, pero otras, pueden aumentar su capacidad de transmisión, su potencial a la hora de provocar enfermedad más grave e incluso evadir las respuestas inmunitarias generadas por las vacunas. Cada nueva variante que se descubre dispara los temores ante la posibilidad de que pueda escapar a la protección que nos brindan las vacunas.

Hans Henri Kluge, director de la oficina europea de la OMS afirmaba el pasado 20 de mayo que todas las vacunas que actualmente están disponibles son “efectivas contra todas las variantes”, descubiertas hasta ahora. Unas declaraciones que deben ser tomadas con prudencia puesto que las variantes son una amenaza persistente y caben ciertas matizaciones a las referidas declaraciones.

Diversos estudios sugieren que la vacuna de Pfizer/BioNTech es menos efectiva ante la variante B.1.351, detectada originalmente en Sudáfrica y rebautizada por el nuevo sistema de nomenclaturas de la OMS como Beta. No está claro como esto puede afectar en términos de protección. La vacuna desarrollada por AstraZeneca y la Universidad de Oxford demostró ser menos efectiva ante la variante Beta en un pequeño ensayo realizado en Sudáfrica. Un reciente estudio desarrollado por el Public Health England ha concluido que la pauta completa de Pfizer y AstraZeneca son un 88 y un 60% efectivas, respectivamente, en la prevención de la enfermedad sintomática causada por la variante Beta.

Uno de los aspectos que más dudas y preocupación despierta cuando hablamos de las vacunas es la duración de la inmunidad que generan. Lo cierto es que seis meses es muy poco tiempo para ofrecer datos certeros. Más si cabe ante un escenario en el que la pandemia no ha acabado y el riesgo de aparición de nuevas variantes es una afilada espada de Damocles.

Es crucial que los países con mayores recursos económicos se involucren más allá de vacuas promesas a la galería y se refuerce el pírrico espíritu de solidaridad global. La donación de fondos y dosis de las vacunas a los países de medianos y bajos ingresos se necesitan ahora

La evidencia científica con la que se cuenta hasta la fecha y los datos derivados de los ensayos clínicos nos indican que la inmunidad mediada a través de las vacunas puede durar entre ocho y nueve meses. Esto no quiere decir que no sean efectivas más allá de este marco temporal, sino que no se ha podido estudiar a largo plazo. Fabricantes como Pfizer/BioNTech o Moderna ya han anunciado que, seguramente, sean necesarias dosis de refuerzo en un futuro.

Un aspecto clave sobre las vacunas del que debemos ser conscientes es que, por el momento, las vacunas previenen el desarrollo de enfermedad sintomática moderada o grave. De esta forma se reducen los ingresos hospitalarios y muertes. Pero no generan inmunidad esterilizante, es decir, una persona inmune tras completar su pauta de vacunación puede infectarse y, aunque no enferme, transmitir el virus y poner en riesgo a aquella parte de la población que todavía no ha recibido las dosis correspondientes.

Algunos estudios sugieren que las personas inmunizadas que se infectan presentan menores niveles de carga vírica lo que podría reducir la transmisión del virus. Pero todas las recomendaciones en materia de salud pública, tanto a nivel nacional como internacional recomiendan continuar utilizando mascarilla y respetando el distanciamiento social, así como el resto de medidas preventivas hasta que se alcance la ansiada inmunidad colectiva.

No puede cerrarse este repaso sin poner el foco en una máxima que se repite frecuentemente pero que parece que no todos terminan de comprender: nadie estará a salvo hasta que todos lo estemos. La traducción de esta frase es simple: cuanto mayor sea la circulación del SARS-CoV-2, mayores serán las posibilidades de que el coronavirus mute y surja una variante con capacidad para evadir la respuesta inmunitaria generada por las vacunas.

Es crucial que los países con mayores recursos económicos se involucren más allá de vacuas promesas a la galería y se refuerce el pírrico espíritu de solidaridad global. La donación de fondos y dosis de las vacunas a los países de medianos y bajos ingresos se necesitan ahora. La salud global es la que está en juego y todos hemos sido testigos del nefasto efecto dominó que se inicia cuando esta se quiebra. Para cerrar, un dato que debería hacernos reflexionar: de acuerdo a un reciente informe elaborado por Oxfam Intermón, si se mantiene el ritmo actual de vacunación a nivel global, los países de rentas bajas tardarán 57 años en inmunizar a sus poblaciones.

Los contenidos de ConSalud están elaborados por periodistas especializados en salud y avalados por un comité de expertos de primer nivel. No obstante, recomendamos al lector que cualquier duda relacionada con la salud sea consultada con un profesional del ámbito sanitario.
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